Las primeras exhibiciones de pulgas de las que se tiene noticia son muestras de trabajo de orfebrería diminuta (cadenas de incontables eslabones, carruajes, etc.) en las que las pulgas servían como referencia de tamaño o como animales de arrastre. La fascinación por estas exhibiciones se hizo patente en el siglo XVII en toda Europa donde se convirtieron en asunto de última moda entre las diferentes cortes y objeto de estudio por los inquietos naturalistas de la época.
Estas tempranas manifestaciones eran un tributo a los artesanos que construían los aparatos, pero con la aparición de Bertolotto el énfasis recae finalmente sobre el domador o adiestrador de las pulgas. Bertolotto es quien populariza definitivamente el Circo de Pulgas en Europa y América y se reserva el derecho a la posteridad escribiendo un libro titulado: Historia de la Pulga: …conteniendo el programa de la extraordinaria exhbición de las educadas pulgas admiradas por las cabezas coronadas de Europa, que se publicó en 1833, reeditado en numerosas ocasiones y que es considerado la biblia en esta materia.
Debido a su corto periodo de vida, apenas dos meses, es necesario un proceso de selección y adiestramiento continuo. Cuando el entrenamiento comienza, la futura artista (según los expertos, el sexo femenino es el más adecuado) era introducida en un bote o probeta de cristal. Al verse atrapada la pulga comienza a dar saltos y a golpearse duramente contra el techo de cristal. Esto permite al domador analizar la fuerza de la pulga y, lo que es más importante, convencer al insecto de la inutilidad de su salto.
Concluida la primera fase del adiestramiento, los domadores las ataban con finos hilos a carritos, norias y otros objetos de papel. Durante el espectáculo, las pulgas, al intentar huir, arrastraban la carga, disparaban diminutos cañones o saltaba desde un trampolín a una piscina -un vaso de agua-. Acabada la función, el domador colocaba a las obedientes fieras en su brazo para que chuparan sangre y recobrasen las fuerzas.
Los variados actos interpretados por las pulgas eran imaginativas extensiones de sus acciones naturales. así, dos pulgas manteniendo un duelo de espadas, en realidad estaban intentando frenéticamente desembarazarse de las diminutas agujas atadas a sus patas. Una pulga malabarista o futbolista estaría de hecho procurando alejar una bola impregnada con algún producto químico que a las pulgas les resultaba repugnante.
En el siglo XIX, la época de oro de la exhibición de las pulgas, eran anunciadas con el nombre de famosos artistas de circo como Leotard, el acróbata Diavolo, Blondin el funambulista, o bien realizaban pantomimas interpretando a personajes como Don Quijote y Sancho Panza, Wellington o Napoleón.
La especie más utilizada por los domadores de pulgas era la diminuta pulga común o humana, la Pulex Irritans, con una longitud que no sobrepasa los 4 milímetros, y que suele parasitar en el hombre, instalándose en la piel, y con ayuda de su potente mandíbula, hundinedo su cabeza en la epidermis, para chupar la sangre.Tantas debía haber en el siglo XIX que algunas se hicieron populares como estrellas de circo.
Entre las primeras noticias que tenemos de estas exhibiciones está el anuncio publicado en El Áncora, respecto a la llegada a la ciudad de Barcelona de una compañía de "pulgas industriosas" dirigidas por un tal Jean Essinger, en abril de 1851. Unas décadas más tarde, el escritor Agustí Calvet, Gaziel, describía la primitiva plaza Cataluña como un descampado, un espacio de solares y vallas, habitado por un circo ecuestre, un café acristalado conocido como La Pajarera y una serie de barracones de feria, entre las atracciones de la que estaban las pulgas amaestradas.
Haciendoles pasar hambre , sus domadores conseguían que hicieran piruetas y equilibrios, estiraran un carro o levantaran objetos con un peso varias veces superior al suyo. Con el cambio de siglo, estas representaciones alcanzaron un alto grado de complejidad y se complicaron con todo tipo de experimentos e innovaciones. En 1909, el británico F.P. Smith presentaba una troupe de moscas, una de las cuales aparecía en la pista disfrazada de ama de cría. Por las mismas fechas, un japonés apellidado Kasamata era citado en los periódicos como un gran domador de ratones. Y en 1912 se hacía famoso el estadounidense Rawson como entrenador de ostras, a las que había enseñado a abrir y cerrar las valvas en su voz de mando. El caso más estrambótico fue el del millonario Charles Rothschild, que en 1914 pagó 25.000 francos por un extraño ejemplar que engrosó su extensa colección de pulgas.
Lejos de estas cifras, en Barcelona residía Melchor Quevedo, hijo de la calle Valldonzella y conocido mundialmente como Mister Quevedini, uno de los maestros mundiales en el arte de adiestrar insectos, que compraba pulgas a peseta la pieza.
Quevedo había empezado exhibiendo fenómenos de la naturaleza (llegó a presentar un matrimonio entre una gigante catalana y un enano andorrano, o un pretendido salvaje que supuestamente se alimentaba de carne humana). Pero bien pronto descubrió el negocio de las pulgas amaestradas, al que se dedicó con tenacidad. Montó una compañía con 300 minúsculas artistas que trabajaban a cambio de sangre (al terminar la función dejaba que se alimentaran de su brazo), las mostraba en una choza situada donde años más tarde se construiría el teatro Poliorama.
Conocía cada uno de sus insectos por su nombre y nacionalidad, los tenía de todos los países donde había estado, aunque puntualizaba que la mayoría eran del barrio de Sants. Con sus pequeños astros del espectáculo recorrió medio mundo, actuando para todo tipo de público. Aunque terminó arruinado y pasando a formar parte de la bohemia barcelonesa más andrajosa y decadente, la que se reunía cada noche a las tertulias del bar del Centro (hoy en día, parte de la moderna ampliación del Liceo, en la rambla de los Capuchinos).
A este artista del barracón lo entrevistó Carlos Caballero en 1926, para su serie Figuras del hampa internacional en La Voz. Y nuevamente el periodista Joan Tomás en 1935, para Mirador. Entonces era un pobre jubilado vestido siempre de frac, con el pecho cubierto de medallas, larga cabellera blanca y peligra romántica, que malvivía en el Barrio Chino como vendedor ambulante de relojes, bisutería, estilográficas o entradas de fútbol. En pleno declive, los insectos adiestrados ya compartían espacio en la prensa con los nuevos insecticidas (como el Flit o el Vulcan-Gas) que garantizaban la destrucción radical de "chinches, polilla, pulgas, moscas, piojos y otros animales".
El circo de pulgas más recordado de la ciudad fue uno de los últimos que se pudieron ver por estas latitudes. Tuvo lugar con motivo de la Exposición Internacional de 1929, el gran cronista Domingo de Bellmunt lo explicó a su Anecdotario inédito de cincuenta años de periodismo catalán. Para contemplar aquellos shows, el muy reducido público (sólo seis personas por pase) tenía que mirar a través de unas lentes de aumento. Dentro de una caja de vidrio, las pulgas bailaban un vals de Strauss, tras una danza oriental vestidas de odaliscas, y una sardana de Pep Ventura a cargo de 32 insectos con barretina, el número final de los cuales consistía en una despedida circense de múltiples pistas que incluía desde pulgas equilibristas a pulgas payasas.
Bellmunt entrevistó el domador -un sabio alemán según el cronista-, que le explicó las diversas procedencias de sus animales, catorce de los cuales eran auténticas pulgas barcelonesas nacidas en varios barrios, desde aristocráticos ejemplares de Pedralbes y la Bonanova hasta democráticos insectos populares cazados en el Paralelo, o "pulgas catalanistas del Barrio Gótico".
El recuerdo de tan insólito espectáculo se perpetuó durante mucho tiempo después. En 1985, el periodista Jordi Torras recordaba en La Vanguardia la pasión de Carlos Gardel por Barcelona. Y citaba el partido de fútbol que unas pulgas amaestradas habían disputado en la Foixarda, en un pabellón del recinto de atracciones exóticas de la Exposición Internacional donde compartían espacio con domadores de serpientes, una fuente de mercurio y un depósito de agua que simulaba el fondo marino.
Aquel artículo provocó varias cartas al director por parte de lectores que habían asistido a las funciones durante su infancia. Como prueba presentaban folletos publicitarios de las representaciones y de otras anteriores hechas por la misma compañía en el parque de atracciones del Turó Park, durante la década de 1920. Añadían que el colofón final de aquel circo eran una boda suntuosas, que incluían una carroza nupcial tirón por cuatro pulgas hercúleas. Así pues, parece ser que la historia de los parásitos adiestrados tuvo un final feliz.
Fuentes : El País 28/03/2015 – Pulgas amaestradas - Xavier Theros / http://www.circomelies.com / http://www.fleacircus.co.uk/
No hay comentarios:
Publicar un comentario